Se continúa con la segunda clase del Dr. Carlos Disandro pronunciada en 1974. Tiene tanta trsendencia que parece que se adelanto en lo que hoy estamos viviendo, esto quiere decir que ni siquiera se tomo nota de la visión lúcida de un pensador notable.
En los tiempos que vivimos la cultura política no existe, por lo tanto todo es confusión, manejada con eficiencia por la sinarquía.
En los tiempos que vivimos la cultura política no existe, por lo tanto todo es confusión, manejada con eficiencia por la sinarquía.
Quizás sea oportuno que, en esta segunda clase, nos detuviéramos en el
problema de la influencia de las instituciones educativas en el origen de la
violencia; además podríamos examinar el modo en que cierta ideología enfoca
este problema.
En la clase anterior ubicamos el problema de las instituciones
educativas a nivel de ruptura del encuadramiento social que no permite el
trasiego y la armonía generacional.
Ahora deberíamos considerar la diversa relación que va de padre a
hijo, de maestro a alumno, en general de poder a subordinación en todas las
formas de autoridad relacionada, es decir, donde hay un superior y hay un
subordinado. Esta relación general aparece de modo primario en la familia, como
explicábamos en el caso de la autoridad paterna sobre los hijos.
La ruptura que afecta a las instituciones educativas afecta también
esta serie de relaciones que, desde la familia, alcanzan a toda sociedad y la
connotan de un difuso estado conflictivo. Es este un panorama ostensible en
todas las naciones occidentales.
Podríamos trazar un esquema:
AUTORIDAD SUBORDINACIÓN
Padre Hijo
Maestro Alumno
Médico Paciente
Párroco Feligrés
Dirigente Dirigido
El concepto central sería autoridad
y el concepto correspondiente sería subordinación, con sus correlativas
instancias que operarían a nivel de cualquier institución: oficiales – tropa;
párroco – feligrés; gerente – empleado; capataz – obrero – dirigente –
dirigido; etc. Esta relación permite, como dijimos, el trasiego generacional
desde la familia a todo el marco social.
La ruptura de este encuadramiento genera un desequilibrio. Ello ocurre
en parte por multitud de causas ya señaladas y, en parte también, por el modo educativo.
En general, las ideologías que propugnan la violencia entienden que
hay que quebrar la relación generacional de autoridad – subordinación; este
enfoque de las ideologías revolucionarias esta expresado en muchos testimonios,
en muchos trabajos. He traído uno de esos trabajos para comentar brevemente,
que se refiere a la relación profesor – alumno.
Antes de hacer este comentario, me parece interesante destacar la
influencia que tiene el médico en la ruptura del encuadramiento social. Sabemos
que el médico pediatra afecta en cierto nivel la relación familiar. Tomemos el
testimonio de un famoso pediatra de los Estados Unidos, que ha dirigido por
treinta años la mayoría de los colegas de especialidad, con enorme influencia
en la formación de los niños y, curiosamente, ha señalado que la orientación
moderna de la pediatría es una de las causas más importantes de violencia
contemporánea. Leo el testimonio tomado de un diario de Buenos Aires, que se
titula Rectificado por la vida:
“Un famoso pediatra norteamericano logró en
buena parte cimentar su prestigio al preconizar una determinada forma de trato
a la niñez. El método consistía en no operar obstáculos al comportamiento del
niño desde sus primeros días. Sostenía que tales represiones influyen en la formación de la personalidad y
causa rebeldías, desobediencias y muchas cosas más en la época en que el niño
llega a ser adolecente o alcanzar su madurez. La experiencia, muy abundante en
su país, parece haber demostrado precisamente lo contrario, y el aludido
pediatra ha tenido la valentía de reconocerlo públicamente. Es de lamentar el
daño causado, que ha sido grande, porque la fama de su idoneidad en el campo
pediátrico llevó a muchos padres a seguir al pie de la letra sus consejos con
el triste resultado anotado. Conviene pues, que los hombres en condiciones de
dictar conductas piensen muy serenamente la suya y mediten sobre soluciones
aparentemente brillantes, pero en definitiva efectistas y nada más.
Es importante este comentario porque la noción que maneja el pediatra
norteamericano es una noción contraria a la de la cultura – rompiendo el esquema de autoridad -, de tal manera que,
frente a los niños se colocaba en la actitud de decir: “que se manifiesten como
quieran, que sean lo que uno es, que su conducta no tenga ningún esquema
represivo…”
De esta idea fluye la noción de
que toda autoridad es represiva y eso es precisamente la quiebra de la noción de cultura y una de las causas más
profundas del actual estado de Occidente, confrontado con una violencia que
pretende subvertir las más profundas raíces espirituales del hombre.
Cultura viene de una palabra
latina que quiere decir “cultivo de la tierra”. Imaginemos a un hombre que ante
la tierra dijera: dejemos que la tierra sea lo que es, dejemos que produzca lo
que natura indique. De esta manera
advendría el estado salvaje de la tierra, ya que cultura es la intervención de una fuerza ordenadora, de motivo
armonioso que, combinado con la tierra produce los bienes de la agricultura.
Pero si eliminamos el elemento ordenador y armonioso, la agricultura se
derrumba. Nace una “violencia” - o sea, una fuerza destructora – que retorna la
tierra a su estado salvaje y mostrenco.
La actitud del pediatra es exactamente la misma ante el niño, en el
caso anterior a lo que llamaríamos su “conversión”. Frente al niño, o al
adolescente, proponía que se manifestara tal cual es y ello es precisamente la
ruptura de la noción de cultura humana, con su armonía de propósitos, energías,
condicionamientos y fines. La violencia, en su manifestación más empírica, es
forzosamente “anti-cultura”, y como en la palabra “violencia” se denota el
sentido latino de vis , podríamos
definir la violencia contemporánea como una vis
anti-humana, que al destruir la cultura destruye al hombre. ¿Cuál sería
entonces el fin de una pediatría que desconociera valore humanísticos de la
cultura?
La ilusión de la pediatría moderna que parte de la manifestación del niño y del
adolescente, con el que pretende construir una cultura, es tan vana como sería
la del agricultor que esperase que la “tierra manifieste” para para cosechar
trigo. Este es un concepto fundamental a tener en cuenta en el derrumbe de las
instituciones educativas, con su consecuencia inmediata de expansión y
desarrollo de la violencia, siendo este derrumbe – como he dicho – uno de los
motivos fundamentales del desequilibrio espiritual de Occidente.
A este respecto voy a comentar brevemente un trabajo denominado Psicología del vínculo profesor alumno.
Se trata de una separata repartida en el curso de “Introducción al problema
educativo”, para los aspirantes a Ayudantes Diplomados de la Facultad de
Ingeniería (UNLP).
Aquí se señala que todo esquema de enseñanza es represivo,
estableciendo un vínculo de dependencia. Por ejemplo dice:
“…El vínculo de dependencia está presente
siempre en el acto de la enseñanza y se expresa en supuestos tales como: 1º) el
profesor sabe más que el alumno; 2º) el profesor debe proteger al alumno de
cometer errores; 3º)el profesor puede y debe juzgar al alumno; 4º) el profesor
puede juzgar la legitimidad de los intereses del alumno; 5º) el profesor puede
y/o debe definir la comunicación posible con el alumno”.
Aquí está
enfocado el problema de la relación maestro-alumno, pero esto vale para todos
los niveles, según se traslade a la circunstancia que se quiera manejar:
padre-hijo; médico-paciente; etc. Este esquema represivo, según la noción del
autor de dicha separata, traslada la posibilidad creativa de la columna de la autoridad a la de la subordinación, y no coloca en la
armoniosa relación de las dos, sino en la ruptura de ambas. Este acto de
ruptura teórico-pedagógico y empírico-funcional tiende a distorsionar en
definitiva todo contexto de autoridad, como acto previo para destrucción del
marco social. Sigue la separata que comentamos:
“Al tiempo que el alumno aprende, aprende a
aprender de determinada manera. Lo primero que el alumno debe aprender es que saber es poder. El profesor es el que
tiene al “manija”, por lo menos en cuanto a cuales son los criterios de verdad
de la disciplina que está impartiendo”.
El articulista
analiza cuál es el origen de esta relación de maestro-alumno, que el llama
psicopatológica y que hay que destruir y
terminar, la traslada a la familia para indagar porqué la relación
padre-hijo contiene ya esa estructura fundamental de autoridad y subordinación,
y traza un esquema posible pedagogía
revolucionaria, en que sea eliminada toda esta relación, de manera que el
profesor, o el maestro se coloque entre los alumnos y recepte lo que va
surgiendo de la confrontación en esta nueva modalidad, y lo canalicen según una
metodología nueva. Las conclusiones del trabajo son ciertamente nefastas, e
interesa señalar de que manera se ha difundido esa posición en nuestro país.
Partiendo de este
nivel de las instituciones educativas¸ parece oportuno pasar a la segunda
instancia, que ya quedó abierta en la disertación pasada, es decir. Cuáles
serían las posibilidades de resumir una conducción armoniosa. En otras palabras
se trataría de resolver el problema de la ruptura cultural.